Enrique era de esas personas que no hablan mucho pero que lo decía todo con los ojos. Bajaba a recepción por las mañanas y con un buenos días pasaba rápido hacia cafetería a desayunar. Después se sentaba a leer los periódicos del día durante horas, como la típica estampa esa de los detectives siguiendo los pasos de alguien con la vista en el hall de un Hotel tras un periódico. Enrique no perdía vista de todo lo que se movía en recepción. alguna vez nos contó que fue odontólogo (dentista) hasta que se jubiló.
Poco después su domicilio era el Hotel. Vivía en la habitación 103, era huésped permanente y poquísimas veces he visto a algún familiar de visita.
Me imagino a Enrique en la soledad de la 103, mirando el mar y recordando todas aquellas bocas que tuvo en sus manos y fresas...
La vida en el Hotel no le parecía nada mal, limpia todos los días, la habitación era acogedoramente amplia.
Pero qué solo se sentía.
De lo que más hablaba con nosotros era de fútbol. Le encantaba y no se perdía un partido televisado.
Enrique empezó a sentirse mal y no comer.
La última imágen que tengo de él es a dos enfermeros bajándole sentado en una silla, ya que la camilla no cabía en el ascensor e introduciéndole en una ambulancia. fué la última vez que le ví.
Poco después murió.
El día que lo hizo, se vió a algunos familiares en la 103.
A los dos días otro cliente ocupaba esa habitación.

Cuento la historia de Enrique porque alguien me comenta que en un Hotel de 4 estrellas se tiene que vivir "como dios"...No se...a Enrique yo no le veía muy feliz...Seguramente prefería de esa manera que no con un familiar o en un piso para él solo...donde todos éramos sus sirvientes y no sus amigos...
Pero pronto entró otro cliente y Enrique fué desdibujándose lentamente del edificio...